«No pasa nada» – Kiko Fuentes

Cuando el otro día me contactó mi amiga Leonor para sugerirme que colaborara en su recién estrenado blog, justamente estaba terminando de aplicarme pomada en un golpe serio que me había dado una yegua en la pierna izquierda, mientras estaba arreglándole el casco de una mano, en una situación aparentemente normal e inofensiva.

Viene esto al caso del título de este post: “No pasa nada”. La frase fatídica que siempre se pronuncia antes de sufrir un accidente. Con los caballos, como en tantas otras ocasiones, los percances más serios suelen acontecer en el transcurso de actividades mil veces repetidas y en las que, en condiciones normales…  no pasa nada.  El exceso de confianza, y tal vez una fe desproporcionada en la labor preventiva de la Divina Providencia y en la eficacia de la labor del Ángel de la Guarda,  son muchas veces nuestros peores consejeros.

Naturalmente, podemos enfrentarnos a problemas en circunstancias tales como competiciones o en el trato con animales especialmente difíciles, pero lo normal en esos casos es que estemos muy concentrados y nos anticipemos a cualquier posible drama. Curiosamente, un alto porcentaje de incidencias se producen en el transcurso de las labores cotidianas de la cuadra o en sesiones de monta rutinarias y que no deberían terminar en la enfermería.

Clint  Eastwood le insistía a Hillary Swank en Million Dollar Baby: “protégete en todo momento”, y que razón tenía. Los caballos son nobles y normalmente nunca intentarán hacernos daño, pero son muy grandes y tienen mucha fuerza. Un mal gesto, un pisotón, un empujón… y en una décima de segundo quedamos lesionados y maltrechos. Lo mismo les ocurre a ellos: un momento de pánico, un resbalón, un objeto punzante en su camino… y cuando menos lo esperamos estamos marcando el número del veterinario.

Por eso nunca es buena idea montar sin casco, atar con las riendas, dejar un mosquetón abierto colgando de una cadena en el box, tener herramientas peligrosas tiradas por ahí, soltar caballos en prados alambrados con espinos, dejarles la cabezada puesta, ducharlos en chanclas… los mil gestos que vemos tantas veces y a los que nade da importancia, confiando en que no suceda ningún doloroso imprevisto.

No existe ningún método infalible para mantenerse 100% a salvo cuando uno se desenvuelve alrededor de cuatrocientos y pico kilos de músculos de herbívoro descerebrado. Pero hay una señal de alarma que puede ayudarnos a minimizar los incidentes: cada vez que escuchemos decir “no pasa nada”, incluso a nosotros mismos, es el momento de ponernos en guardia y redoblar las precauciones. Lo dice alguien que, por no observar esta regla, tiene un bonito moratón cubriendo parte de su pierna izquierda, y tuve suerte de que eso fuera todo…

 

Kiko Fuentes

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